YO
NO SOY TU HIJO
Primero entré; el ambiente era tenebroso, vi una masa que parecía gente parada mirando a ningún lugar, había olor a desolación, el piso era de madera y sonaba a cada paso que daba, mas nadie volteaba a mirar quien era, yo quería que me miraran para no sentir miedo y estar seguro que no estaba solo, pero nadie volteó a mirarme; mientras caminaba por el medio sentí un poco de frió, mis ojos parecieron congelarse en el medio, aun no atravesaba la masa de entes parados y sentados allí, mas dos de ellos estaban sostenidos sobre las paredes, con los ojos vivos, llenos de odio hacia mí, con un gesto de dolor no cotidiano, logré atravesarlos sin daño alguno en mi cuerpo, di un par mas de pasos y sentí nuevamente ese frió recalcitrante, mas ahora abrazaba un olor a flores tóxicas, que me hacían sentir inútil, que tornaban mis pasos mas pesados; entendí entonces que estaba listo para estar junto con la masa de entes, ya estaba sedado.
Abrí
las palmas de las manos con fuerza para limpiar el sudor que provocaba la tensión
en ese lugar, del cual me dijeron era un reino de paz, ahora entiendo que fue
una mentira creada por aquellos que querían verme hundido en el masivo barro
humano; cerré las palmas y me dejé atraer por sus ropas, empecé a caminar
nuevamente, y atravesé la primera fila de entes, inmediatamente sentí decenas
de ojos sobre mi espalda, que desastillaban mis músculos con cada inquisición;
atravesé la siguiente fila y la fatiga se hizo mas grande, sentía el sudor por
mi espalda, mis orejas caminaban solas, tenían vergüenza de verse junto a mí;
me detuve por un pequeño instante para arreglar mis vestiduras con la mirada y
seguí adelante, nuevamente sentí aquellos ojos, ellos no me daban calor como
me contaron, eran egoístas, eran individuales, no recordaban siquiera mi
nombre, no recordaban el color de mi bicicleta cuando era niño.
Di
unos pasos mas y el olor a perfumes era confuso, las joyas en las manos de las
mujeres sentadas era provocativas, las corbatas, los zapatos brillantes, los
bigotes en muestra de respeto, los cabellos bien peinados, ni un cabello fuera
de su lugar, todo en su lugar, nada espontáneo entre ellos, todo estaba ya
preparado, venia hecho así, desde la fabrica; aquellos que de día usaban
harapos, se veían como muñecos sucios y aquellos que usaban ropa de reyes se
veían como dioses, con los ojos sobre la nada, con las manos cruzadas, con las
bocas bien cerradas mostrando sobriedad; todos se veían tristes, asustados,
cansados, imperdonables, victimas de algo, pecadores por algo, no miraban a ningún
lugar directamente, solo seguían con la mirada, a la mosca, al polvo; sabían
que color era el traje de la persona a dos filas de ellos sin siquiera mirarlo,
sabían quien estaba en que lugar, eran como piezas de un ajedrez, sabían quien
era quien y no pensaban mezclarse con el indeseable.
Cuando estaba en la mitad de la masa, alguien gritó, “esto es una mierda, ustedes son una mierda!”, mas nadie le dijo que se calle, como ocurre siempre en bares, cafés, bodegas o lugares así, por el contrario, todos callaron aun mas, solo un adolescente se le acerco y le guió a través de la gigantesca puerta. Nuevamente respiré hondo y seguí adelante, todo se hacia oscuro, se hacia terriblemente tenebroso, miradas por todo lugar, y yo caminando con mi humildad a cuestas, vulnerable ante tanta hipocresía, ante tanta vanidad, de pronto, se escucho un murmullo, los entes se paraban y agachaban como marionetas, tenían gestos de culpa en sus rostros magros, se veían tristes, mas cuando el ritual acabó, ellos volvieron a sus estado de letargo inicial, como en una obra de teatro.
Solo
quedaban dos metros para llegar al lugar en el que supuestamente encontraría la
felicidad; a pesar de todo el terror que sentía, a pesar de la incomodidad, del
asco, de la pena que sentía al estar allí, di dos pasos mas cuando alguien con
voz de verdugo dijo: “oye”, entonces la vergüenza que sentía por ellos era
tal que se convirtió en rabia, rabia por saber que ellos ponían las reglas,
por saber que para ellos un simple “oye” era suficiente para frenar mis
ganas de ser feliz; entonces, desde lo alto de ese lugar se acerco a mi, con esa
sonrisa de bondad y filantropía que tienen los mas grandes asesinos, un hombre
que me preguntó: “¿estas perdido hijo?”, a lo cual yo respondí, sobre ese
piso helado ahora de mármol forjado: “si sigo aquí, lo estaré; papi
chulo”